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Nuevo y ajeno

Mi nombre es Yaritza Santos Rosa. Soy de Corozal, Puerto Rico. Soy parte de la gran cantidad de personas que han dejado su patria para avecinarse en otros lares. Hace dos años migré con toda mi familia a Carolina del Norte, Estados Unidos. Todo comenzó en julio del 2018 a raíz de una propuesta de trabajo que le hicieron a mi esposo, Joel Pérez López, que requería relocalizarse fuera de la isla. Mudarnos a este país no era un plan que teníamos en mente, fue algo que nos tomó por sorpresa. Teníamos que tomar un decisión en muy corto tempo. Después del huracán María que azotó a Puerto Rico en el 2017, formalizarnos en Estados Unidos parecía una buena oportunidad para todos.

La transición fue un poco difícil al principio, ya que aunque nos mudamos a un lugar hermoso, todo se sentía nuevo y ajeno. Extrañábamos mucho nuestro círculo familiar, amistades y el calor de nuestra isla. Una vez establecidos, comenzamos a explorar el sector y lo primero que identificamos fue que la población hispana era muy pequeña en nuestra área. Aunque al comienzo nos sentíamos un poco huérfanos, vivir fuera de Puerto Rico nos ha dado la oportunidad de poder confraternizar y crear amistad con personas de otros países que hablan otros idiomas. Ya han pasado dos años y medio desde que emigramos y se ha convertido para nosotros en una vivencia enriquecedora poder compartir nuestra cultura, creencias y nuestro gustoso paladar con nuevos hermanos y a la vez aprender de su sociedad y tradición.

Uno de los desafíos que nos ha tocado enfrentar ha sido la búsqueda de los productos puertorriqueños que estábamos acostumbrados a conseguir en los supermercados de nuestra isla. Donde vivo, los productos puertorriqueños son sumamente limitados y es un verdadero reto encontrar mercancía comestible típica como: sofrito, plátanos, verduras, entre muchos otros que acostumbramos tener en nuestros hogares. Muchas veces, me ha tocado viajar largas distancias a estados vecinos para conseguir los ingredientes principales de ciertos productos para poderlos recrear en casa. Al mismo tiempo, he aprendido mucho y mi creatividad ha crecido significativamente.

A raíz de la decisión de mudarnos, mi rol en la familia cambió mucho. Sin familia como apoyo, tomamos la decisión de quedarme en la casa, enfocarme en la familia y hacer de esta mueva aventura una más llevadera para todos estos primeros años. Definitivamente me he reinventado de diferentes maneras. Me he enfocado en recrear recetas boricuas para mantener la tradición viva y sentirnos más cerca de casa. La cocina se ha vuelto mi lugar favorito y un pasatiempo que he comenzado a disfrutar mucho. Esto me ha ayudado a conocer mejor la gastronomía de mi isla y ciertamente valorarla.

En el futuro nos encantaría volver a nuestra isla amada; extrañamos tanto de ella. Mientras, estamos agradecidos con esta nueva oportunidad que se nos ha presentado. Seguiremos esforzándonos por mantener viva y presente nuestra cultura en la familia. Continuaremos cumpliendo sueños y metas, mirando al futuro con esperanza. Siempre orgullosos de nuestras raíces. ¡Un cálido abrazo a toda mi gente de puertorriqueña!

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Un Boricua en Alemania

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Mi nombre es Alex y viví en Sabana Grande, Puerto Rico. Comencé a ser parte de la diáspora hace 15 años cuando recogí mis pertenencias y me despedí del lugar que fue mi cuna. El lugar que me cuidó del huracán Hugo y de las tradicionales tormentas tropicales. Donde en los fines de semana la pasábamos limpiando los “screen” de toda la casa y donde me encontraba con mis amigos para ir a la cancha. Aquellos momentos no los olvidaré nunca. Rendir y dar todo al no soltar una lágrima sabiendo que extrañaría el calor de las madrugadas. El canto del gallo bandolero, que arruinaba mis reposos con su himno de las madrugadas. Cerré la puerta de mi cuarto, le di un beso a mami y me fui. De la docena de lugares que me han acomodado, el primero fue Guánica. No muy lejos de mi hogar, pero ese fue el comienzo de diversas paradas que finalizaron en Europa.

Suiza, el país del mejor chocolate del mundo fue mi segunda parada. Integrarme a un nuevo idioma, a personas de extrañas maneras de expresarse, el descifrar aquellos jeroglíficos que se encontraban en todos lugares desde la televisión hasta el las latas de cervezas, nada de eso lo recompensaba una barra del mejor chocolate. Sin embargo, el comienzo y el final de las estaciones del año me recordaron aquel decir, “Si quieres algo déjalo ir…”.

Tres años y medio más tarde me encontré en la famosa “América”. Aquel brinco que dan muchos en la isla, ya que en ese lugar al menos encuentras caras conocidas y se puede reconocer el idioma. Nos sentimos como en casa de un vecino. Así también pude servir a la “libertad” en la que vivimos. Mis noches comenzaron a ser inconsecuentes cuando aquellas cervezas extranjeras comenzaron a borrar memorias de mis amigos, de Medallas frías cuando la policía nos ordenaba a bajar el tono de voz, de las fichas de dominós que no se comparaban al sonido alto de las risas borrachas de mis amigos. Esas eran más que nuestras fiestas periódicas de todas las noches en la esquina de mi casa. Pero al menos, el ejército hizo más simple el proceso de integrarme. Desde Fort Leonard Wood hasta Colleman Barracks en Alemania, desde Kuwait hasta Afganistán y de regreso a Alemania. Viviendo con las maletas listas durante más de cuatro años, fue una experiencia única.

Me enamoré y me despedí de todo. Fui al infierno y regresé a una familia. Mi familia. Pasé a una nueva etapa de la vida, mis hijos. No fue difícil rechazar una crianza al estilo americano así que me quedé en Europa. Como toda forzada rutinaria vida trabajo, pago los impuestos y compré una casa. Mis niños están formando su propia niñez, con uno de los mejores programas de educación escolar del mundo que le ofrece también estudios universitarios gratuitos y con un gobierno que le ofrece seguridad médica a todo ciudadano. Hay corrupción en la clase política, pero el pueblo tiene sus servicios. Ese fue el momento en que olvidé la posibilidad de un regreso mi isla Puerto Rico.

Aquí abrí las puertas a nuevos horizontes, nuevas culturas, a estudiar los jeroglíficos escuchado, hablando y escribiendo. Me sentí en ese momento como todo un alemán. Aprendí sus costumbres y tradiciones. También aprendí otras tradiciones de países vecinos. A pesar de todo, aquí sobreviví un cáncer que me iba a costar la vida. En mi país tropical me hubiera muerto por falta de un plan médico.

Reconozco que no soy eterno y al final me volveré a convertir en energía. Cuando eso suceda, aquí se quedará mi cuerpo. Pero muy adentro, siempre recordaré de aquel decir, “Si quieres algo”. Podré hablar otro idioma, pero siempre seré un borinqueño.

Alex, Boricua en Alemania.

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