Antes de mudarme a Estados Unidos mi tiempo en la cocina era limitado. No porque no me gustase, sino por muchos factores que me impedían desarrollarme como me hubiera gustado. Con el tiempo me convertí en una espectadora de gente que verdaderamente cocinaban con un sazón digno de cualquier profesional. Por ejemplo mi hermana, muy buena en inventar cosas diferentes, también mi tía Esther, que no he conocido persona con un mejor sabor que el de ella a la hora de cocinar. Lo mío un poco habían sido las pastas y los postres.
Pero la necesidad es la madre de la inventiva. Al mudarme a vivir a Georgia, recuerdo en ese momento habían al menos dos localidades de comida puertorriqueña y la misma cantidad de «guaguitas» que trabajaban por temporada, es decir en el tiempo caliente únicamente. Además, en ese momento yo vivía en un campito lejos de todo, es decir que si quería ir a visitar alguno de estos lugares era manejar dos o más horas para llegar al lugar.
No me quedaba otra cosa que aprender. Recuerdo que lo primero que me tocó hacer fue una ensalada de papa para una fiesta de cumpleaños. Esta era la especialidad de mi mamá en Corozal. Quien conoce a mi familia sabe que la ensalda de mi mamá era el complemento perfecto para cualquier actividad. Recuerdo en épocas como Navidad mi casa se convertía casi en una fábrica de producción. Mi mamá tenía tanto trabajo que recuerdo se molestaba si alguno de nosotros se ofrecía a llevar ensalada a alguna fiesta de la escuela o algo similar. Era casi un delito. Con el tiempo, mi mamá enfermó y dejó de confeccionar su especialidad. Recuerdo haberla escuchado decir que ninguno de sus hijos había sacado ese talento para las ensaladas. Entonces con esos estándares imagínense mi estrés. Recuerdo primero haber consultado con mi hermana Aiola, ella me puso al tanto de las diferencias en técnicas entre lo que hacía mi mamá y las demás personas. Luego mi mamá me dio la receta paso por paso. Un gran gesto de su parte, pues ya su enfermedad estaba muy avanzada como para preocuparse por trivialidades como esa.
El hacer esa receta me transportó a infinitos recuerdos de mi infancia. A la fiesta para la que la estaba preparando asistieron personas estadounidenses, venezolanas, coreanas, entre otras nacionalidades. Para mi sorpresa fue un éxito, a todos les encantó. Recuerdo que esa noche lo único que yo repetía era que «esta es la receta de mi mamá». Esa noche todos se fueron con un pedazito de mi familia. Desde entonces me di a la tarea de sumergirme en la cocina. El amor llegó por necesidad…pero era algo que no había sentido antes. Ahora quería aprender a hacer de todo y al mismo tiempo.
Los inventos no pararon a partir de ese momento. Utilizando las herramientas digitales como YouTube y Facebook comencé a preparar todos esos platos con los que crecí y los que me dieron mi identidad puertorriqueña. Recuerdo cuando preparé mis primeras alcapurrias. ¡Que mucho trabajo me dieron! Mis respetos a las personas que se dedican a venderlas. El lechón asado, arroz con gandules, tembleque y coquito para la Navidad nunca pueden faltar. Sorullitos, arepitas, pastelillos, empanadillas, rellenos de papa, entre otras frituras no han faltado en nuestra mesa.
Pero, hablemos de los ingredientes. Que difícil es poder encontrar en el supermercado ciertas cosas esenciales para nosotros a la hora de cocinar. He sufrido tratando de encontrar por ejemplo el recao’ sin saber que aquí le llaman culantro. Los ajíes dulces se le conoce como cachucha pepper, el pimiento verde como Cubanelle. Es decir, he tenido que aprender el nombre de ciertos ingredientes que acá le llaman de otra manera.
El precio de las cosas que encuentras es otro problema. Yo he sabido pagar casi diez dólares por una alcapurria y una malta. ¡Diez dólares! En ocasiones te emocionas tanto por encontrar eso que deseas comer con ansias que pierdes el sentido de cuánto te está costando darte ese gustito. Uno entiende que las cosas tienen que ser más costosas por el manejo, pero vamos que estamos aquí para trabajar no porque seamos personas adineradas. He optado por tratar de cocinar todo lo relacionado a la comida puertorriqueña por estos mismos costos.
Hablemos de los postres puertorriqueños. Puedo decir que es mi especialidad. Lo primero que preparé fue un flan. Recuerdo que ese primero fue muy normal, pero luego vinieron los distintos sabores. Los quesitos, esos en un principio no me quedaron como debían pues el hojaldre que encontré no era de buena calidad. Los polvorones y mantecaditos son mis favoritos a la hora de cocinarlos por el olor que dejan impregnado en la casa. Aprender a confeccionar bizcochos mojaditos al estilo puertorriqueño ha sido una de las experiencias más gratificantes. Tengo que admitir que en cuanto a los bizcochos tengo a la mejor profesora de todas, mi amiga Michelle Rivera. Ms. Rivera cuenta con un sinnúmero de clases a través de la Internet para que puedas aprender a realizarlos y decorarlos. En ese último departamento debo admitir que me queda mucho camino por aprender.
En fin, que este amor por la cocina cada día crece más y parece infinito. Es un ejercicio para liberar el estrés que me acerca a mi identidad como puertorriqueña. En lo personal me gustaría compartir con el resto de la diáspora lo que he aprendido hasta el momento. ¿Cuál receta te gustaría que compartiera?

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